jueves, 19 de junio de 2008

Ópera Parsifal

Ópera romántica de Richard Wagner (1813-1883). El libreto es del mismo compositor, quien recogió numeroso material, para este drama que se desarrolla en tres actos, de los poemas "Parsifal " y "Titurel" de Wolfram von Eschenbach, basados, a su vez, en antiguas leyendas bretonas. El estreno tuvo lugar en el Festpielhaus de Bayreuth en 1882. Wagner cedió al festival la exclusiva de la representación de Parsifal durante los siguientes 30 años, siendo la primera representación "legal" fuera de Bayreuth, la que tuvo lugar en el Teatro del Liceo de Barcelona el 31 de diciembre a las 11 de la noche de 1913.

Personajes

AMFORTAS

GURNEMANZ

TITUREL

PARSIFAL

KLINGSOR

KUNDRY



La acción se desarrolla en un lugar indeterminado de las montañas del norte de España, durante la Edad Media (siglo X).


ACTO I.- Suena el toque de diana en un bosque de los dominios de los caballeros del Santo Grial. Gurnemanz, un anciano caballero, convoca a la oración a dos escuderos y después les ordena preparar el baño para Amfortas, guardián del Grial, que está a punto de llegar para bañarse en el cercano lago. Entran ahora dos caballeros y uno de ellos comenta que la herida de Amfortas presenta cada vez peor aspecto. La misteriosa hechicera Kundry, que presenta un estado lamentable, entra con un tarro de bálsamo para Amfortas, que entrega a Gurnemanz, y después se arroja al suelo desesperadamente.

Amfortas llega conducido en una litera, con un cortejo de caballeros y de escuderos. Habla con un caballero, mencionando la predicción de que un "tonto sin malicia, al que la piedad hará sabio" ("Durch Mitleid Wissend... der reine Thor") le traerá el alivio. Gurnemanz le entrega el bálsamo de Kundry, que Amfortas agradece, y se marcha. Cuatro escuderos conversan con Gurnemanz, quien les dice que la santa Lanza y el Grial fueron entregados a Titurel, que fundó una orden de caballeros para custodiar las reliquias y después las entregó, para su custodia, a su hijo Amfortas.

Sabemos también ahora que Klingsor, un caballero al que por su impía conducta le había sido negado el ingreso en la hermandad, había creado un jardín mágico lleno de doncellas-flores para tentar a los caballeros del Grial. Amfortas había sucumbido a los encantos de una de ellas y, mientras estaba en compañía de la doncella, Klingsor le había robado la Lanza y con ella había causado una herida a Amfortas en el costado. La herida no se curaría hasta que la Lanza no fuese recuperada por un "tonto sin malicia, a quien la piedad hará sabio". Los escuderos repiten las palabras de Gurnemanz.

En este momento un cisne herido vuela sobre el lago, despertando el horror de los caballeros y escuderos, pues la vida animal es sagrada en los dominios del Santo Grial. El cisne había sido herido por un joven, que es llevado a la presencia de los caballeros, ante los que aparece profundamente contrito. Es Parsifal, pero, ante las preguntas de Gurnemanz no puede declarar ni su nombre ni su origen. Después de que los caballeros han sacado fuera al cisne, Kundry, que está presente en la escena, cuenta que el padre de Parsifal murió en una batalla y que él fue criado en la más perfecta inocencia por su madre, que acaba de morir.

Gurnemanz se lleva fuera a Parsifal y cuando la escena cambia, reaparecen en el salón del castillo de los caballeros. Se escucha el sonar de campanas y los caballeros, los escuderos y los jóvenes están reunidos para la celebración de una ceremonia religiosa, mientras llegan voces desde lo alto. El anciano Titurel pide a su hijo, Amfortas, que muestre el Grial, a lo que éste se resiste, agobiado por el remordimiento ("Nein! lasst ihn unenthüllt!"). Pero finalmente, ante la insistencia de Titurel, el Grial es descubierto, apareciendo en la oscuridad con todo su brillante esplendor. Amfortas consagra el pan y el vino, que son distribuidos a los caballeros, mientras todos rezan para que el Grial, con su santo poder, les regenere. Salen los caballeros con Amfortas, cuya agonía es cada vez más visible. Parsifal, que ha observado la imponente ceremonia en silencio, siente su corazón oprimido y mueve ligeramente la cabeza ante lo que no comprende. Gurnemanz entonces, irritado ante lo que considera estupidez por parte de Parsifal, lo lleva fuera del salón. Pero desde arriba se vuelven a oír las voces: "La piedad convertirá en sabio al tonto sin malicia...".


ACTO II.- En su castillo mágico, Klingsor advierte la inminente llegada de Parsifal a sus dominios y resuelve envolverlo en sus mágicas artes. Ordena a Kundry, que está en parte bajo el poder del mago, pero que también sirve a los caballeros, que seduzca a Parsifal. Ella, bien a pesar suyo, ha de obedecer. Klingsor hace sonar un cuerno para alertar a los suyos a defenderse de los ataques dirigidos por Parsifal.

Desaparece la torre en la que se encontraban Klingsor y Kundry y en su lugar aparece un jardín mágico, en el que pasea un grupo de bellísimas muchachas. Parsifal, que ha derrotado en fuga a los soldados de Klingsor, entra en el jardín. Las doncellas le reprochan, al verlo, haber dado muerte a los soldados de Klinsgsor. Pero cuando Parsifal habla con ellas su actitud cambia y todas muestran festiva alegría, transformándose en doncellas-flores, compitiendo todas entre sí para atraer al recién llegado. Él las rechaza y está a punto de salir cuando aparece Kundry, transformada en una mujer bellísima, que llama a Parsifal, en tanto que las doncellas-flores se marchan.

Parsifal cuenta a Kundry la historia de su madre, que murió de tristeza cuando él se marchó; y ella trata de consolar al joven dándole un apasionado beso. Cuando ella lo besa, Parsifal recuerda a Amfortas y la herida que recibió con la Lanza. Y momentáneamente siente en sí el dolor de Amfortas, y, casi en trance, recuerda la visión del Grial, lo que desconcierta a Kundry.

La mujer se acerca de nuevo a Parsifal, pero éste la rechaza. Kundry trata de persuadir a Parsifal de que la salve, hablándole de la maldición que pesa sobre ella desde que en una ocasión ultrajó al propio Jesucristo. Parsifal dice que puede salvarla, pero no en la forma que ella quiere. Cada vez más frenética, Kundry pide a Parsifal que se quede con ella por lo menos una hora, pero él rechaza firmemente lo que la mujer le propone. Llena de furor, Kundry llama a Klingsor, que aparece sobre el muro del castillo que da al jardín y arroja a Parsifal la Lanza sagrada. Milagrosamente, el arma queda suspendida en el aire; Parsifal la toma y hace con ella el signo de la cruz, momento en el cual el castillo se derrumba y los jardines se transforman en un árido desierto. Cuando Parsifal va a marcharse, llevando consigo la Lanza, dice a Kundry que ella sabe dónde puede encontrarle.


ACTO III.- Algunos años más tarde, Gurnemanz, muy envejecido, está a la puerta de su cabaña de ermitaño; Kundry, vestida de penitente y en un estado extremo, está en un matorral. Su antigua actitud soberbia y casi salvaje se ha cambiado en un comportamiento dócil y se presta a servir a Gurnemanz. Entra en la cabaña cuando ve que se acerca un hombre: es Parsifal, vestido con negra armadura. Gurnemanz no lo reconoce, pero le dice que nadie puede entrar armado en los dominios de los caballeros del Grial, especialmente ese día, Viernes Santo. Parsifal se despoja de su armadura y Gurnemanz se da cuenta entonces de que se trata del muchacho inocente que dio muerte al cisne.

Parsifal dice a Gurnemanz que a causa de una maldición (la de Kundry) no ha podido encontrar hasta ahora el camino de vuelta, pero que ahora es portador de la Lanza Santa. Gurnemanz agradece la providencial llegada de Parsifal, porque los caballeros se encuentran en una penosa situación: Amfortas se niega a mostrar el Grial y como consecuencia de ello Titurel acaba de morir. Al oír esto, Parsifal se siente profundamente afectado. Kundry y Gurnemanz lavan los pies a Parsifal y esparcen agua sobre su cabeza. Parsifal dice que él sucederá a Amfortas; Titurel lo unge con óleo santo. Después. Parsifal bautiza a Kundry, tras de lo cual, ambos contemplan arrobados la bellísima escena de la mañana de Viernes Santo. Las campanas, que repican a lo lejos, acompañan la presentación que Gurnemanz va a hacer de Parsifal como guardián del Grial.

En el gran salón del Grial, aparecen dos cortejos procesionales, uno con Amfortas y el Grial; el otro con el féretro de Titurel. Los caballeros expresan su deseo de que el féretro sea colocado ante el altar y el cuerpo de Titurel no sea cubierto; Amfortas, a su vez, pide que le dejen morir. Los presentes le ruegan una vez más que muestre el Grial, pero Amfortas sigue negándose a ello: va a morir, dice, y no quiere hacer nada por evitarlo; en lugar de ello vuelve a rogar a los asistentes que le den muerte.

En este momento dramático entra Parsifal, quien coloca la Santa Lanza sobre la herida de Amfortas, que queda instantáneamente curado. Amfortas ha sido absuelto, dice, y él, Parsifal, es ahora el guardián del Grial. Todos clavan sus miradas, arrobados en la Lanza y entonces Parsifal ordena que sea mostrado el Grial, que aparece con un fulgor intensísimo. Se escuchan las voces de lo alto; y mientras Parsifal, en silencio, bendice a los asistentes con el Grial, una paloma blanca viene a posarse sobre su cabeza. Todos se arrodillan ante él y Kundry, desaparecida la maldición cae sin vida a los pies de Parsifal.

Mi análisis:

El final de ésta ópera es una de las piezas mas bellas y conmovedoras que he escuchado, debido a la sublime melodía que comienza en el momento que Parsifal ingresa en el salón del Grial. Me ha puesto la piel de gallina, pues en ese momento de sumo despliegue orquestal que se mantiene en las cuerdas de la orquesta, me imaginé como los caballeros se arrodillan ante él y presencian el descenso de la paloma blanca, símbolo del Espíritu Santo. Wagner simboliza a ésta con un alto acorde en la flauta. El éxtasis musical a la que acompaña la melodía del coro caracteriza a la perfección el apoteosis del arte wagneriano. Es una música celestial, extraterrenal, que me ha llenado de paz y la considero una caricia para los oídos y el alma.






El estreno de Parsifal tuvo repercusión mundial, y el día en que tuvo lugar dicho acontecimiento estuvieron presentes grandes exponentes de la música del siglo XIX. Entre los más conocidos se hallaban Tchaikovsky, Berlioz, Liszt, Dvorak, Saint-Saens, Mahler, Gounod, Massenet y mi favorito Anton Bruckner, fiel alumno del gran maestro alemán y ferviente devoto, quien al finalizar la obra cayó de rodillas ante Wagner y le dijo: "Maestro, ¡lo adoro!".......Y VAYA QUE TENÍA RAZÓN!!!!!


Interpretación recomendada: Kurt Moll y José Van Damme. Orquesta Filarmónica de Berlín, dirigida por Herbert Von Karajan.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Te felicito Ignacio, por el conocimiento y evidente pasión que mostrás por esta música. Sin ser una experta, Wagner siempre me gustó por la fuerza de su música, la energía, la vehemencia. Para un oído conocedor es inconfundible. Continuá brindando tus aportes. Son valiosos
Angela