martes, 27 de mayo de 2008

Gustav Mahler (1860-1911). Sinfonía Nº 2.

Con el subtítulo “Resurrección”, fue considerada por Mahler como una continuación de la primera sinfonía, “El titán”. Fue escrita cinco años después (1894) y el compositor le ha enviado a un crítico alemán el siguiente párrafo: “He llamado al primer movimiento ´Celebración del muerto´. Si usted desea saberlo, es al héroe de mi primera sinfonía a quien llevo hasta la sepultura. Desde el principio surgen las grandes preguntas: ¿Por qué has vivido? ¿Por qué has sufrido?¿Todo ha sido una inmensa y terrible broma? Todos debemos de algún modo contestar estas preguntas si es que hemos de continuar viviendo, y aun si sólo hemos de continuar muriendo. Quienquiera que oiga este llamado debe dar una respuesta, y esa respuesta la doy en mi último movimiento.”

La sinfonía reclama fuerzas inmensas. La gran orquesta incluye un órgano de tubo, campanas de iglesia, cuatro trompas y cuatro trompetas fuera del escenario, una gran variedad de instrumentos de percusión que incluye algunos tan poco ortodoxos como tam-tams (una especie de tambor) y ruthe (haz de palillos), como así también otro grupo de percusión “oído a la distancia”. La obra requiere también la voz humana: una soprano, una contralto y un coro; por primera vez Mahler llama a la palabra para acompañar su música. Desde ciertos puntos de vista se ha considerado a esta sinfonía que sigue cierto programa. Representa para muchos una alegoría sobre la vida del hombre. Desde esta óptica, el primer movimiento habla de la muerte, el segundo de juvenil optimismo y el tercero de vulgaridades de la vida; el cuarto, de la vida espiritual y el quinto el día del Juicio Final.

La sinfonía comienza con un colérico estruendo en los contrabajos; el “porque” de la existencia humana es entonces planteado. El interrogante continua en las maderas y sigue en la orquesta completa hasta que se convierte en un frenético clamor. Luego llega una calma melódica en los cornos y las cuerdas, como una renovada confianza, pero el descontento del comienzo retorna y poco después somos lanzados en medio de una apasionante lucha. Luego tenemos la batalla de la duda que se inicia cuando los contrabajos entonan una marcha fúnebre; después el sentimiento cambia de la derrota a la victoria. El segundo movimiento es una graciosa danza popular austriaca, legado fundamental de su maestro Antón Bruckner (1824-1896) y que fue creado por Antonín Dvòrak (1841-1904), nos llega como el reconfortante calor del sol luego de una tormenta de verano. El tema comienza en las cuerdas y luego adquiere un ritmo rápido contrastante, después de la cual vuelve la melodía de la danza. El tercer movimiento, un scherzo, es hincado con golpes de timbales. La música es leve (el héroe ha afrontado las vulgaridades de la vida); vivaces temas suceden unos a otros y los ritmos se hacen caprichosos. El cuarto movimiento, titulado Urlicht (prístina luz), es un canto a la esperanza y Mahler emplea aquí por vez primera la voz humana. Una contralto entona un fragmento de un ciclo de poesías populares alemanas, tituladas Des Knaben Wunderhorn (“El maravilloso cuerno del muchacho”). El texto comienza así:

“¡Oh, roja, roja rosa!

¡El hombre yace en amarga necesidad;

el hombre yace en la pena mas grande!

Desearía estar en el cielo.”

Esta prosa nos dice que nos encontramos, según el compositor, buscando incesantemente la vida espiritual. Sin interrupciones, el quinto movimiento se hace presente en una vigorosa entrada de tutti orquestal, donde se desencadena toda la furia que había quedado planteada en el primer movimiento y que ahora representa al Juicio Final. Aquí aparece el coro y la soprano solista, además de la contralto que hizo su aparición antes. Trompas distantes anuncian el día del juicio. La música combina al comienzo parte de gran esplendor y a la vez una gran angustia. De pronto la música se interrumpe y escuchamos el coro que comienza levemente, como una marcha fúnebre representada por los muertos que emergen de sus tumbas y marchan en procesión. El texto aquí es “La Resurrección” de Klopstock, con versos adicionales del mismo Mahler. Luego el colorido musical va cambiando; un fulgor espiritual vence a la música macabra de antes. Las trompetas del Apocalipsis lanzan su llamado. Las sonoridades son cada vez más. La “palabra” se hace más y más exultante, hasta que se llega a un clímax orquestal que representa que se ha vencido a la muerte. La sinfonía finaliza con un alegre teñido de campanas y la voz majestuosa del órgano.

Es importante destacar el despliegue orquestal de esta obra; los rasgos hipersinfónicos aquí son notables e indiscutibles, debido a que se incluyen muchos instrumentos que no suelen ser habituales en una orquesta mediana (las que tienen como mucho ochenta músicos en escena). Las orquestas hipersinfónicas tienen alrededor de cien o ciento veinte músicos en escena, denominándose así orquestas con gran orgánica. Es una obra impresionante que describe claramente las ideas del compositor. Su comienzo me ha horrorizado la primera vez que la escuché (el acorde inicial de los contrabajos que simbolizan la muerte), fue una impresión tal que me dije para mis adentros: “Esto es la muerte”. Su final me ha impactado y enloquecido debido a su belleza sonora, que es muy afín al sonido de las campanas...... ¡Es la resurrección propiamente dicha!.

Interpretación recomendada: Orquesta Sinfónica de la Radio de Baviera, dirigida por Rafael Kubelik.

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